Son el primer amigo, cómplice, compañero de juegos e incluso rival. Con ellos se aprende a socializar con iguales, a compartir, a respetar y a convivir. Ayudan a saber que el universo no es uno mismo. También con ellos se aprende el significado de emociones como los celos, la rabia y la complicidad. En un solo día pueden ser las personas a las que más se quiere y también a las que más se odia. Son los hermanos. La terapeuta familiar Àngels Ponce nos descubre las claves de la relación filial especialmente cuando uno de los hermanos tiene una discapacidad.
Entre hermanos, se establece desde el primer momento una relación especial, diferente a todas las demás. Con ellos existe un vínculo muy estrecho, basado en la estima y el amor profundo, pero que coexiste con cierta rivalidad, puesto que deben compartir el cariño y la estima de los padres.
No importa si se tiene uno o cuatro, incluso si alguno de ellos tiene una discapacidad, tener hermanos es sinónimo de aprender a compartir (desde el tiempo y atención de los padres, hasta los juguetes más preciados). Y como apunta Àngels Ponce, terapeuta familiar, «eso no es nada fácil, necesita mucha práctica, muchas peleas y advertencias de los adultos hasta que lo llegamos a aprender».
Con los hermanos, se aprende a valorar las necesidades, ilusiones e inquietudes de otra persona además de las nuestras. La experta explica que «eso nos ayuda a desarrollar la empatía. Esta habilidad destaca entre los niños que tienen un hermano con discapacidad, ya que muestran cierta sensibilidad a muy temprana edad, preocupándose por ellos, desarrollando formas alternativas de comunicación mucho más sutiles y que les permite encontrar formas de relación o juegos compartidos que no utilizan con nadie más».
Ponce indica que «no existen diferencias significativas entre una experiencia y otra, aunque parezca sorprendente» cuando en una familia uno de los hermanos tiene discapacidad.
No importa si los hermanos llegan antes o después al mundo. Siempre despiertan las primeras envidias y comparaciones. Consciente o inconscientemente, a menudo se entra en competición con ellos. «Y aunque esta rivalidad puede ser fuente de frustraciones y profundo malestar, también tiene un lado positivo, puesto que nos lleva a desarrollar nuestras habilidades innatas y talentos. Y en este proceso, también aprendemos a hacer equipo con nuestro «rival» en los momentos más inesperados, incluso a negociar», explica Ponce.
Los hermanos de niños con alguna discapacidad, naturalmente, también les ven como rivales. Sobretodo, porque se llevan la mayor parte de la atención y tiempo de sus padres. De aquí que en ocasiones, tengan que destacar en algo para bien o para mal.
Ponen a prueba el alcance de nuestra paciencia, despiertan nuestros más bajos instintos y nos llevan al límite y como indica Àngels Ponce «existen pocas personas que sean capaces de sacarnos de nuestras casillas como lo hacen nuestros hermanos».
Poco a poco, entre los hermanos se va tejiendo cierta «complicidad» por ejemplo cuando comparten algo que ocultan a los demás. Es la cualidad que les haga comprender con una mirada o a inventar juegos secretos. «Posiblemente todos podamos recordar algún momento en el que nos hemos sentido más cerca de nuestro hermano o hermana que de cualquier otra persona en el mundo», aclara Ponce
Esta cercanía y complicidad, es la que lleva a que los jóvenes hermanos de personas con discapacidad se «enfrenten» en ocasiones a los padres, reivindicando para ellos más libertad, por ejemplo, o más oportunidades (que los padres, muchas veces por miedo, les niegan).
En definitiva, los hermanos tengan o no discapacidad son grandes maestros. A diario brindan la oportunidad de desarrollar la tolerancia y la paciencia, y ayudan a comprender el auténtico significado de la aceptación y del perdón.
Noticia de: ABC.es
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