La discapacidad auditiva se define como la pérdida o anormalidad de la función anatómica y/o fisiológica del sistema auditivo, y tiene su consecuencia inmediata en una discapacidad para oír, lo que implica un déficit en el acceso al lenguaje oral. Partiendo de que la audición es la vía principal a través de la cual se desarrolla el lenguaje y el habla, debemos tener presente que cualquier trastorno en la percepción auditiva del niño y la niña, a edades tempranas, va a afectar a su desarrollo lingüístico y comunicativo, a sus procesos cognitivos y, consecuentemente, a su posterior integración escolar, social y laboral (FIAPAS, 1990).
Por todo esto la detección precoz de pérdida auditiva desde el ámbito sanitario con los screening neonatales, las sospechas de los padres ante la falta de respuesta y de lenguaje de sus hijos y los signos de alerta detectados en los servicios de pediatría, son vitales para ofrecer al niño/a los recursos necesarios.
Una vez detectada la deficiencia auditiva o si existe sospecha de ella, se debe poner en marcha el equipo multidisciplinar formado por médico ORL, logopeda y audioprotésistas. Sólo de esta forma se puede ofrecer al niño una intervención especializada que le ayude a adaptarse al entorno en base a sus características auditivas y por tanto comunicativas, ya sea con prótesis o sin ellas, otorgando así un sistemas comunicativo específico para sus necesidades.
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